“El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor marca para lavar las torpezas varoniles”, aseguraba Clara Campoamor tras las elecciones generales de 1933, cuando la derecha arrasó en las urnas y los partidos de izquierda se hundieron. Todos los ojos y todas las voces de esa izquierda fracasada se volvieron contra ella -diputada por el Partido Radical- asegurando que se debía a los votos de las mujeres que habían llegado a las urnas por primera vez. Echar la culpa de la victoria de la derecha a las mujeres era, como mínimo, una conclusión superficial. Si se sumaban todos los votos de izquierda emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se había tratado, sobre todo, de un problema de estrategia y unidad, como se encargarían de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con la vuelta al poder de la izquierda gracias al triunfo del Frente Popular.
Quizá pueda parecer una audacia citar a Clara Campoamor para hablar de cultura y periodismo pero a juicio de lo visto y leído esta semana, no dejo de pensar que los medios de comunicación se han convertido en la “lejía de mejor marca para lavar las torpezas varoniles”y, en este caso, la palabra “torpeza” se queda muy corta.
Solo tres ejemplos. El primero nos lo ofrecía la contraportada de El País de ayer domingo. Jesús Ruiz Mantilla realizaba una entrevista aToni Cantó en la que el diputado por UPyD más que un lavado recibía un remozado total. Ni una pregunta sobre las actuaciones, intervenciones y discursos del diputado respecto a las cuestiones de igualdad en general y a la violencia de género en particular, de la que habitualmente da buena muestra de ignorancia haciéndose eco de datos falsos y posturas contrarias a las leyes en vigor del que -no es una anécdota- es ni más ni menos que portavoz de su partido en la comisión de Igualdad del Congreso. La cosa iba de hombres y para hombres y leyéndola una tenía la sensación de que estábamos en la época anterior a las Sufragistas.
El segundo ejemplo, también lo podíamos leer el mismo día en el mismo periódico. El defensor del lector, Tomàs Delclós, titulaba su artículo “Mujeres invisibles” y se hacía eco de la polémica que suscita entre los propios lectores y lectoras de su periódico el escaso número de artículos de opinión escritos por mujeres y la falta de profesionalidad -”sensibilidad de género” lo llamaba él-, a la hora de enfocar ciertas noticias. Sólo era otro lavado. Comenzaba con mucha fuerza citando un estupendo artículo de María Ángeles Cabré en el que se aseguraba que “la voz de la opinión es una voz afónica por lo parcial y desenfocada, por lo poco representativa de la inmensa población a que va destinada, donde hombres y mujeres se reparten las calles casi en la misma proporción. Lo dicho, en el periodismo los malos hábitos del patriarcado se siguen perpetuando y cualquiera diría que estamos aún en los años setenta, cuando la voz de las mujeres se empezaba realmente a oír”. Y después de reconocer lo obvio en las palabras de Cabré, dedicaba todo su artículo a justificar la afonía. Primero, explicando que ya hay guetos en su medio destinados a las mujeres, en concreto un par de blog específicos y después, justificando con un “ha sido sin querer”infantil, la falta de voces femeninas a la hora de seleccionar las opiniones. Una buena lejía, sin duda, la del defensor del lector para limpiar la exclusión de las mujeres en su periódico.
Y el tercer ejemplo, aún más perverso desde la mirada de este “ojo morado”, ha sido la recién estrenada serie B&B, de boca en bocaemitida en Telecinco. Un buen trabajo, con actores y actrices estupendos, con todos los elementos para convertirse en un buen producto televisivo y las tramas adecuadas para limpiar la cultura patriarcal que nos rodea. En la serie se normalizan, una detrás de otra, las patologías y desigualdades del patriarcado. En el primer capítulo nos presentan a un hombre de cincuenta y pico años, Pablo Balboa, que vuelve a España tras 20 años de ausencia para hacerse cargo de la dirección de una revista que casualmente, hasta ese momento estaba dirigiendo -aunque sólo en funciones-, su ex novia, aquella a la que abandonó un buen día sin ninguna explicación pero sí con un embarazo. Pablo Balboa accede a la dirección porque se ha ennoviado con la hija del dueño -una muchacha como mínimo 20 años más joven, con un cuerpo espectacular y que por supuesto está absolutamente enamorada de él (aunque por más vueltas que se le dé no hay nada que justifique ese enamoramiento)-. Pero esa relación de desigualdad no es la única. El padre de su novia, el poderosísimo hombre de negocios que le ha contratado, también tiene una novia de la misma edad de su hija y con un aspecto igualmente espectacular a la que dice que su matrimonio está roto -de manual-. El becario también está enamorado de una redactora que, descubre, se dedica a la prostitución. Otro de los personajes, el tipo más anodino y físicamente menos agraciado que nos podamos imaginar, en ese mismo capítulo consigue que la top model del momento (en este caso me cuesta calcular si 20 ó 30 años más joven) se encariñe con él -no llegamos a saber porqué-. Más adelante, el desaparecido Pablo Balboa se da cuenta de que la novia a la que abandonó -Belén Rueda- tuvo una hija y tan normal le recrimina que cuándo pensaba decírselo. Aún más. La hija en común, tiene un problema de salud y ese padre recién aparecido le salva la vida. Claro, un padre es un padre y los 20 años de crianza de esa madre soltera para sacar adelante y educar a su hija valen lo mismo que un minuto de presencia paterna. Y, para rematar la trama, el poderoso hombre de negocios de doble vida tiene una hija menor -insoportable, caprichosa y pija- a la que su chófer -un chulito de 20 años- pone en su lugar arrojándole un balde de agua sucia encima con el aplauso del padre que le ratifica en su puesto con indisimulada admiración y castiga a su hija por impertinente.
La lectura de género no pude ser más tremenda. En el tiempo que dura un capítulo se normalizan las relaciones desiguales, se recrea la fantasía masculina de que cualquier hombre -con cualquier atributo e incluso sin ninguno- puede enamorar a cualquier mujer, de cualquier edad, clase social, aspecto físico, capacidad intelectual, formación vital…; se muestra como un acto digno de aplauso la agresión física como castigo merecido ante la impertinencia femenina y se refuerza el valor de la paternidad aunque sea ausente o inexistente. Lo dicho, los medios de comunicación son la mejor lejía para lavar este patriarcado sutil y perverso en el que vivimos.
Artículo publicado en La Marea el 24 de febrero de 2014- Nuria Varela
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