jueves, 12 de septiembre de 2013

Desigualdad y relaciones de género

Existe un tope invisible que impide a las mujeres llegar, en el terreno público, donde están los hombres. Es lo que se ha denominado techo de cristal, que oculta una discriminación indirecta, no reflejada en las leyes y que se mide por los resultados diferenciales. Ello es lo que justificaría las acciones positivas y la paridad.

Partimos de desigualdades reales sustantivas entre hombres y mujeres en cuanto al acceso a los recursos, el poder de los amigos, el tiempo disponible y los modelos de socialización. Para contrarrestar las desigualdades entre miembros de grupos con diferente poder social se han utilizado, en primer lugar, las acciones positivas, cuyo objetivo es el de desmasculinizar los sistemas de cooptación existentes; más recientemente, se acuñó el término de democracia paritaria tras la constatación de que, en democracia, lo números cuentan: se necesita una masa crítica, es decir, incrementar la cantidad relativa de mujeres para lograr un cambio cualitativo en las relaciones de poder, objetivo de ambas iniciativas.
Para comprender su necesidad comentaremos qué sucede cuando las mujeres, un grupo con menor poder que los hombres, forman una minoría y se convierten en mujeres símbolo. Se romperán de esta manera algunos mitos o especulaciones relativas a si las mujeres en el poder o en altos cargos se asimilan a la dinámica existente sin más transformaciones -como si ello dependiera de una mera decisión voluntarista-, al igual que se entenderán los costes que supone el estar en minoría en un lugar donde la mayoría está formada por varones. Pasar a ser una minoría menos minoritaria -para situarse en torno al 30-35%- va a permitir comenzar a influir en la cultura del grupo y lograr el establecimiento de alianzas entre los partícipes del grupo minoritario. De esta forma, sus miembros podrán empezar a cambiar la estructura de poder y, por añadidura, el propio estatus como minoría
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Podemos clasificar en dos grandes sectores la respuesta de las mujeres ante esta difícil situación: el de quienes se comportan con el ya citado “síndrome de la abeja reina”, y cuya conducta responde a lo que Amorós denomina, de forma más barroca, "síndrome del becario desclasado", desmarcándose del resto de las mujeres que (aún) no ha llegado; y el de quienes adoptan una postura solidaria, crean conciencia social y contribuyen a que se llegue a la masa crítica. Conviene recordar que la élite femenina se encuentra aislada, tanto de la élite masculina, de quien depende su legitimación interina y precaria, como de la masa femenina, que no ha podido incorporarse a esas parcelas de poder (García de León, 2002), dinámica que se crea
Raquel Osborne, UNED.


http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/varios/politica_y_sociedad_raquel_osborne.pdf

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