domingo, 1 de septiembre de 2013

Lenguaje sexista

(Nuria Varela) 
En el mundo existen 6.000 lenguas, lo que indica que son algo adquirido. La lengua no es común para el total de los seres humanos. Las lenguas cambian día a día, están vivas. Por eso, las reticencias de las Academias, de la autoridad, a incorporar el saber y hacer de las mujeres no tienen fundamento intelectual. El sexismo y el androcentrismo del patriarcado provocan, fundamentalmente, dos consecuencias: el silencio (la invisibilidad de las mujeres) y el menosprecio.
Siguiendo a Teresa Meana, el menosprecio es lo más evidente y probablemente lo más fácil de cambiar. Se construye con palabras que tienen significado muy distinto si se expresan en masculino o en femenino, lo que se denomina duales aparentes (zorro y zorra) o cuando nos encontramos con palabras que no tienen equivalentes femeninos si son positivas (caballerosidad) y no tienen equivalentes masculinos cuando son negativas (víbora, arpía).


Otra forma de menosprecio es la negativa a feminizar las profesiones. No hay ninguna razón lingüística que lo impida puesto que continuamente se inventan palabras para nombrar nuevas realidades. En este caso, el trasfondo de poder es obvio puesto que son las profesiones que denotan autoridad y prestigio las más difíciles de feminizar. Así, cuando las mujeres comenzaron a trabajar en el comercio, dependiente pasó a dependienta sin mayores problemas, igual del originario asistente se derivó a asistenta. Pero cuesta mucho más trabajo feminizar presidente en presidenta. Lo mismo ocurre con jueza. Podemos decir sin problemas andaluces y andaluzas pero no jueces y juezas. La objeción nunca está en la lengua.


Para invisibilizar a las mujeres se recurre fundamentalmente a tres procedimientos: usar el masculino como genérico, utilizar la palabra hombre para referirse a hombres y mujeres y el salto semántico.
Una vez más, lo obvio: el masculino es masculino. Su función es designar el masculino y no tiene amplitud semántica para incluir el femenino, para eso tenemos en la lengua los genéricos. Todo lo que sea utilizar el masculino como genérico invisibiliza a las mujeres y las excluye. Ejemplo: en vez de decir Los asturianos se manifiestan se puede decir Asturias se manifiesta. Ante esta obviedad, quienes defienden la tradición patriarcal argumentan que visibilizar a las mujeres va en contra de la economía del lenguaje. Lo primero que sorprende es que, una vez detectados los fallos, no se hayan puesto a corregirlos. La Academia y los lingüistas dedican sus esfuerzos a impedir los cambios en vez de a mejorar la lengua de manera que sea útil para todos y para todas y más veraz a la hora de reflejar el mundo. También sorprende que se pida economía hasta en el lenguaje, ¿por qué? En tercer lugar, no siempre es más largo como demuestra el ejemplo anterior y en último lugar, duplicar es hacer una copia, pero cuando se nombra a mujeres y hombres no se está duplicando, se está nombrando. Se dice lo que se quiere decir, que había hombres y mujeres.


El salto semántico es un error lingüístico porque produce un fallo en la comunicación. Consiste en comenzar una frase o un texto con un supuesto masculino genérico para terminarla sólo refiriéndose a los varones. Ejemplo: Todo el pueblo bajó a recibirlos quedándose en la aldea las mujeres y los niños. Con el lenguaje utilizado de esta manera se han construido grandes mentiras :“La Revolución Francesa consiguió universalizar el sufragio”, (hasta el siglo XX no se consiguió el voto femenino), por ejemplo.
El feminismo no se ha cansado de repetir que lo que no se nombra no existe. Por eso, ya no es cuestión de ignorancia. Numerosas filólogas, lingüistas, expertas y catedráticas han expuesto y desenmascarado el sexismo y el androcentrismo que esconden los mecanismos verbales de dominación. Sin embargo, los académicos de la Lengua continúan aprovechando su poder para mantener los privilegios masculinos. El Diccionario de la Lengua Española está repleto de ejemplos: huérfano, na. Dícese de la persona de menor edad a quien se le han muerto el padre y la madre, o uno de los dos; especialmente el padre. Hay decenas de definiciones similares diseminadas por el DRAE. Si no fuese por las tremendas consecuencias que tiene el sexismo, algunas definiciones –como el ejemplo anterior (huérfano, na)– causan hasta risa.
Otro ejemplo lo ofrece Eulàlia Lledò: periquear. Dicho de una mujer: Disfrutar de excesiva libertad. Andar periqueando.


“En esta última definición se constata, con un sentimiento que va de la estupefacción a la auténtica indignación, que se presenta un binomio letal a entender del patriarcado y también de quien redactó la acepción: la imposible unión de la libertad y de las mujeres; fijémonos con qué palabra se adjetiva la libertad femenina, con la palabra “excesiva”, y entonces cabe preguntarse, ¿puede ser en algún caso excesiva la libertad? No, nunca, porque si se constriñe, ni que sea una milésima de centímetro, ya no es libertad; ¿y quién está decidiendo que esta libertad es excesiva?, ¿las mujeres?, en absoluto. Entonces, ¿de quién es, a quién representa la voz enunciadora de ésta y de tantas otras entradas del diccionario?


Hete aquí constreñidas a las mujeres como si de eternas menores se tratara, como si las mujeres fuésemos personas que necesitamos tutela y tutoría constante porque si no, no sabríamos usar la libertad, y esto enunciado, claro está, por una voz que no es la nuestra, que nos impone recortes en la libertad (que entonces ya no es libertad, porque un recorte desde fuera, la invalida), que nos pone en nuestro lugar, que nos enclaustra. Vergonzoso”.

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