viernes, 10 de enero de 2014

Cuatro heroínas indias contra el aborto selectivo, las violaciones y el ácido

La India asistió hace un año a escenas nunca vistas antes. Cientos de mujeres se echaron a las calles para denunciar el maltrato que sufren las féminas en el país. Ante el Parlamento, la policía cargó contra ellas con material antidisturbios. El detonante de las protestas fue la brutal violación en grupo y asesinato de una estudiante en Nueva Delhi. El Gobierno se vio forzado a endurecer las leyes contra los delitos sexuales. Y, por primera vez, se debate abiertamente y sin tapujos acerca de la violencia que sufren las mujeres en el gigante asiático. Pero en la India ya existían féminas valientes, llenas de coraje, que se enfrentan a una sociedad patriarcal, que en ocasiones convierte a las mujeres en ciudadanas de segunda y les niega sus derechos y el acceso a la justicia. Estas son algunas de ellas y sus historias inspiradoras.
Mitu Khurana: no sin mis hijas

"La pesadilla comenzó cuando esta pediatra de 34 años se quedó embarazada en 2005. Su marido y la familia política la presionaron para que se hiciese una ecografía para conocer el sexo del bebé. Khurana se negó. Sabía lo que ocurriría si el feto era una niña".

La discriminación contra la mujer comienza antes del nacimiento en la India, algo que Mitu Khurana conoce muy bien. La pesadilla empezó cuando esta pediatra de 34 años se quedó embarazada en 2005. Su marido y la familia política la presionaron para que se hiciese una ecografía para conocer el sexo del bebé. Khurana se negó. Sabía lo que ocurriría si el feto era una niña. Su esposo y su suegra pusieron huevo a escondidas en su comida, alimento al que es alérgica. Ingresada en el hospital a causa de una alergia alimentaria, los médicos, compinchados con la familia, la anestesiaron y le hicieron una ecografía. La imagen mostró dos niñas. “Me pidieron que abortase y dije que no. Entonces me dijeron que abortase una de las niñas y me quedase con la otra. Me negué”, afirma Khurana a El Confidencial.

Después de aquel episodio, comenzaron a “torturarla” para provocarle un aborto. “No me alimentaban, me dejaban sin agua”, explica la pediatra. El día que su marido la empujó escaleras abajo se armó de valor y abandonó el hogar familiar. Con el apoyo de sus padres tuvo a sus gemelas. 

En 2008, tras tres años de lucha para que las autoridades admitiesen sus denuncias, se convirtió en la primera mujer en la India en presentar una demanda contra el marido, la familia política y el hospital por intento de feticidio de niñas.
El aborto de niñas alcanza niveles de genocidio en la India. Se ha bautizado como “generocidio”. El censo de 2011 confirmó que crece el rechazo contra las féminas. El ratio de sexos es de 933 niñas por cada 1.000 niños. Seis millones de niñas fueron abortadas sólo en la última década. 

Desde 1994 está prohibido que se informe del sexo del bebe a los futuros padres, pero por unos pocos euros el médico le dará un caramelo azul o rosa. La revista The Lancet estima que hasta 12 millones de niñas podrían haber sido abortadas desde 1984 en el país asiático.

Khurana consiguió que sus hijas no engrosasen esta macabra estadística. Pagó un alto precio por ello: recibe todo tipo de amenazas para que abandone el caso judicial, cuya sentencia se conocerá en un año. “Cuando voy a poner denuncias por las amenazas la policía no las registra. Mi marido y el hospital son poderosos y pueden comprar a quien quieran”.

No sólo eso. Khurana ha sido rechazada por su entorno social. “La sociedad en la que vivo considera que la víctima es mi marido porque no le he dado hijos varones. Se me califica de cruel”, explica. “Lo que comenzó como una lucha por mis hijas se ha convertido en una lucha contra un sistema que no permite que una mujer exija sus derechos”.

A pesar de todo, Khurana está dispuesta a llegar hasta el final. “Fui la primera mujer que puso una denuncia por intento de feticidio y hay muchos ojos puestos en mí. Tengo mucha responsabilidad. Quiero que otras madres que se enfrentan a situaciones similares sepan que pueden luchar”.  Guddu y Pari, sus hijas, tienen hoy 8 años. Las muñecas Barbie son su juguete favorito.

Laxmi, la lucha contra el ácido

"Los expertos creen que se producen dos o tres ataques semanales con ácido, aunque la mayoría no se denuncian. Los llevan a cabo pretendientes despechados. Las víctimas no sólo ven sus vidas destrozadas y acaban destinadas al ostracismo social, también deben hacer frente a enormes gastos médicos".

Laxmi quiere dar la cara. Cuando en las entrevistas en televisión le piden que se tape por la sensibilidad de los espectadores, esta joven de 23 años dice que no. Tampoco se cubre cuando está en público. “Quiero que la gente vea lo que me hicieron. Si la gente lo ve, las cosas pueden cambiar”, afirma esta mujer que rezuma vitalidad.

Cuando Laxmi tenía 14 años, un pretendiente rechazado le arrojó ácido en Khan Market, una exclusiva zona comercial de Nueva Delhi. “Nadie me ayudó. No podía controlarme y tres coches me atropellaron”, cuenta a El Confidencial. El atacante, Guddu, se había enamorado de ella y le mandaba continuos mensajes con propuestas matrimoniales. Al no recibir respuesta, pidió ayuda a un amigo, Rakhi, para perpetrar el ataque y deformar su rostro. “Si no es mía, no será de nadie”, debió pensar el pretendiente frustrado. Los dos agresores fueron condenados a diez y siete años de prisión en 2009.

Pero Laxmi no se conformó con el castigo a sus agresores. Al frente de la campaña Stop Acid Attacks, inició una demanda ante el Tribunal Supremo indio para que se limitase la venta de ácido y el Estado pagase los gastos médicos a las víctimas. Una medida similar tomada en Bangladesh hace años redujo de forma considerable este tipo de ataques.

El ácido es muy económico en la India, por 0,3 euros se puede comprar un litro en cualquier tienda. Los expertos creen que se producen dos o tres ataques semanales con ácido a mujeres, aunque consideran que la mayoría no son denunciados. Los ataques los llevan a cabo generalmente pretendientes rechazados y despechados.

Las víctimas de estas agresiones no sólo ven sus vidas destrozadas y, en ocasiones, destinadas al ostracismo social. También deben hacer frente a enormes gastos médicos. Laxmi se ha sometido a infinidad de operaciones. Su familia ha invertido más de 10.000 euros, sin recibir ningún tipo de ayuda. Una fortuna en la India, que en algunos casos arruina a las víctimas y a sus familiares. 

La valentía de Laxmi ha dado resultado. El Tribunal Supremo de la India endureció el pasado julio la venta de ácido en el país y estableció compensaciones para las víctimas. La nueva regulación establece que las tiendas deben tener existencias limitadas de estos productos químicos y registrar los datos de los compradores. De no cumplir la normativa se enfrentan a duras multas. Además, el Gobierno debe compensar a cada víctima con cerca de 4.000 euros.

Laxmi dio la bienvenida a la nueva regulación, pero cree que las compensaciones no son suficientes y su organización volverá a los tribunales para que el Estado se haga cargo de todos los gastos médicos de las mujeres atacadas. Ahora, Laxmi piensa en cómo rehacer su vida. “Mi vida ha estado parada ocho años. He estado sola, sin amigos. Quiero trabajar”, sentencia la joven.

Meena Kandasamy, letras contra la violencia

"Que tu marido te pegue se considera normal en la India. El hombre indio te maltrata porque te quiere cambiar, para hacerte mejor, afirma Kandasamy“

“Mi piel ha sido suficientemente herida para contar su propia historia”, escribió Meena Kandasamy en una revista en 2012. La revelación de la violencia sufrida en el matrimonio por esta poetisa de 29 años conmocionó a la sociedad india. Primero, porque las clases medias y altas indias prefieren pensar que la violencia doméstica ocurre sólo en los estratos bajos. Segundo, porque los golpes e insultos del marido se quedan en casa. No se hacen públicos. Tercero, porque Kandasamy ya era una conocida activista por los derechos de los intocables y la mujer.

"Lo hice público porque no podía mostrar una cara valiente al mundo y al mismo tiempo esconder lo que me ocurría a mí”, explica la poetisa a este diario en una conversación telefónica. “No sé cómo algo así me pudo ocurrir”, dice esta mujer mitad intocable, el eslabón más bajo del sistema de castas indio.

Kandasamy se hizo un nombre literario con unos versos que escupen rabia contra un sistema de castas que oprime a millones de personas. También destilan furia ante una sociedad patriarcal donde ser mujer supone una forma de intocabilidad. En su primer libro de poemas, Touch (2006), atacaba el sistema de castas. En el segundo, Ms. Militancy (2011), se revolvía contra la opresión de la mujer.

“La mujer debería retomar el control de su sexualidad. En el corazón de la cultura india la mujer carece de identidad sexual. Eres un objeto para ser utilizado por el hombre”, analiza Kandasamy. Para la también periodista y ensayista “la mujer es el vehículo de la casta. Con el control de la mujer se controla la casta”.

La pesadilla comenzó pronto para ella. A los dos meses de casarse, ya recibía golpes e insultos. “Aprendo que cualquier objeto se puede convertir en un instrumento de castigo: los cables del ordenador, cinturones de cuero, sus manos desnudas, que una vez amé”, relató en el texto de 2012.
“Que tu marido te pegue se considera normal en la India. El hombre indio te maltrata porque te quiere cambiar, para hacerte mejor”, afirma Kandasamy. “Mi marido me pegaba porque tenía que disciplinarme. Desde su punto de vista, era por mi bien”. 

La violencia doméstica está muy extendida en el país asiático. La última encuesta del Ministerio de Salud sobre violencia en el hogar, realizada en 2006, concluyó que el 40% de las mujeres casadas sufre malos tratos. Y sólo una de cada cuatro busca ayuda. Kandasamy cree que los números son mucho más altos, ya que muchas mujeres guardan silencio sobre las agresiones.

Cuatro meses después del enlace, Kandasamy ya había regresado a casa de sus padres, donde descubrió que su marido ya estaba casado en un matrimonio anterior y nunca se había divorciado. Su matrimonio era nulo. Era libre. Hoy continúa con sus versos y sus ensayos periodísticos.

“Con ojos tristes de mujer y una sonrisa  conmovedora, me esforzaré en encontrar el coraje para hacer frente a este mundo. Quizás, a lo largo del camino, la poesía me ayude a dejar atrás el dolor”, finaliza el texto donde reveló los malos tratos.

Sampat Pal, el garrote contra el machismo

"La Banda Rosa la formaban al principio 25 mujeres. Hoy son un ejército de 20.000. Hay analfabetas, de las castas más bajas, viudas… todas maltratadas de una forma o de otra por una sociedad patriarcal y unas instituciones corruptas".

Cuando en la región de Bundelkhand, en el estado de Uttar Pradesh, una mujer sufre malos tratos no recurre a la policía. Acude a Sampat Pal, líder de la Gulabi Gang (Banda Rosa). Maridos maltratadores y funcionarios corruptos son el objetivo de estas mujeres que visten saris rosa y van armadas con palos. Se toman por su mano la justicia que se les niega. “En la India hay algo peor que ser pobre. Es nacer mujer”, afirma Pal con energía.

Un día de 2006, en su pueblo de Atarra, Pal vio cómo una mujer recibía una paliza de su marido. Le suplicó que parara, pero los golpes continuaron. Al día siguiente regresó con un pequeño grupo de mujeres armadas con palos y le propinaron una paliza al marido maltratador. La Gulabi Gang acababa de nacer.

Al principio eran 25 mujeres. Hoy son un ejército de 20.000. Féminas analfabetas, de las castas más bajas, viudas… todas maltratadas de una forma o de otra por una sociedad patriarcal y unas instituciones corruptas. “La verdadera arma es que estamos unidas. Cuando las mujeres luchan juntas son más fuertes”, dice esta mujer, ya en la cuarentena y de apenas metro y medio.

“Llevo un palo para que los hombres me teman. No siempre lo uso, pero ayuda a convencer a los hombres que creen que son más fuertes que yo”, dice la comandante en jefe del ejército femenino. Pal ha nombrado comandantes en cada distrito de Bundelkhand para proteger a las mujeres en cada rincón de su región.

La Gulabi Gang ha asediado comisarías cuando la policía se ha negado a registrar denuncias de violación o palizas y secuestrado camiones de comida destinados a los pobres cuando funcionarios sin escrúpulos se dirigían al mercado a vender los alimentos. Además, cuando la empresa pública de electricidad cortó la luz en su pueblo a la espera de sobornos, la Gulabi Gang tomó el edificio y obligó a los funcionarios a reactivar el servicio.

Pal conoce bien las dificultades a las que se enfrenta una mujer en la India. Apenas sabe leer y escribir. Sus padres consideraron innecesario que estudiase. A los doce años fue entregada en matrimonio a un vendedor de helados diez años mayor. A los 20 años ya tenía cinco hijos. Su familia política pensaba que debía utilizar un velo. Su marido opinaba que no estaba bien que saliese a la calle sola.

“Toda mi vida he vivido oprimida”, afirma esta mujer, que se cansó de vivir encadenada. Sus poco ortodoxos métodos le han causado problemas con la Justicia: ha sido denunciada por reunión ilegal y atacar a empleados del Gobierno. En ocasiones, ha tenido que esconderse.

Su figura se ha convertido en un símbolo contra la violencia y la opresión de la mujer en el país asiático. También se ha convertido en una celebridad. Participó en la versión india de Gran Hermano y el año que viene se estrenará una película sobre su vida.

ELCONFIDENCIAL.COM-17/12/2013-JAIME LEÓN

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