jueves, 2 de enero de 2014

El amor romántico y la violencia de género

Nuria Varela. 
El amor romántico en ningún momento habla de relaciones igualitarias, todo lo contrario. Indica que el verdadero amor es ciego, incondicional, irrenunciable, se le puede y se le debe entregar la vida entera y no acepta cuestionamientos ni dudas ni traiciones ni siquiera de pensamiento puesto que sino, no sería un verdadero amor. En realidad, es un marco ideal para las relaciones de maltrato. Y así lo señalaba ya en 1988 un informe de la Oficina del Defensor del Pueblo, uno de los primeros que se dedicaron íntegra y directamente al análisis de la violencia de género: “También debemos resaltar (entre los factores de vulnerabilidad a la violencia contra las mujeres en la pareja) el concepto de amor romántico, con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega que todavía se les inculca a algunas mujeres. Esta forma de amar puede generar angustia y sometimiento total y absoluto a la pareja”. 


Y esto es así porque, como señalan Rosaura González y Juana Santana, quienes asumen este modelo de amor romántico y los mitos que de él se derivan tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia y de permitirla puesto que consideran que el amor (y la relación de pareja) es lo que da sentido a sus vidas y que romper la pareja, renunciar al amor, es el fracaso absoluto de su vida (y no la promesa de una vida mejor). Que, como el amor todo lo puede, han de ser capaces de allanar cualquier dificultad que surja en la relación y/o de cambiar a su pareja (incluso aunque sea un maltratador) lo que las lleva a perseverar en esa relación violenta; que la violencia y el amor son compatibles (o, incluso que ciertos comportamientos violentos son una prueba de amor, como veíamos en el mito de los celos) o en el afán de posesión y los comportamientos de control ejercidos por su maltratador como una muestra de amor, llegando, incluso a sugerirse que el amor sin celos no es amor, y trasladando la responsabilidad del maltrato a la víctima por no ajustarse a dichos requerimientos. En definitiva, y como señalan estas mismas autoras: “un romanticismo desmedido puede convertirse en un serio peligro”.


Por si todo esto fuera poco, como diría Lagarde, además, el amor, como distorsionador social, permite mirar con mucha tolerancia los defectos masculinos. Parece entonces que estamos metidas en un círculo vicioso.
Estamos cansadas, muy cansadas, de esos “defectos” masculinos, que en ocasiones son más, mucho más que defectos (no volveré a enumerar la violencia, la trata con fines de explotación sexual…) Y, sin embargo, no conseguimos desarticular esa concepción tan dañina del amor que impregna nuestra cultura y que nos hace dar vueltas en torno a la maldita pregunta: Si soy tan inteligente… ¿por qué me enamoro como una imbécil?


 Nuria Varela 

1 comentario:

  1. Así es por ello con frecuencia se emplean términos de pertenencia, posesión o sumisión, como si el ser esclava fuera una gran prueba de amor.

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