Desde el 28 de junio de 1960, ETA ha asesinado a 857 personas, muertes que suponen una media de 16’1 homicidios al año. Sin embargo, tan sólo desde 2003 (año en que se unifican las estadísticas por violencia de género) hasta finales de 2012,el machismo ha asesinado en España a 658 mujeres en el ámbito de la relación de pareja, es decir, 65’8 homicidios de media anual. En los cinco últimos años el terrorismo ha matado a 12 personas, mientras que la violencia de género ha acabado con la vida de 318 mujeres. Y sólo hay dos años, 1979 y 1980 con 86 y 93 víctimas, en que ETA ha matado más que los asesinos de la violencia de género.
A pesar de una realidad tan objetiva e incuestionable como es la violencia de género y sus víctimas asesinadas, la percepción que existe en la sociedad es que “no es un problema grave”, y cuando se habla de ella hay un sector importante que en lugar de afrontarlo con la especificidad que requiere, intenta desviar la atención hablando de "denuncias falsas" o mezclando todas las violencias.
En violencia de género todo vale para que no se hable de ella, a pesar de que el machismo sigue matando a mujeres, la última ayer (22-10-13) en Alicante, que fue asesinada, descuartizada y casi quemada por su asesino. En cambio, en el terrorismo de ETA cualquier palabra puede ser utilizada como ejemplo de su enaltecimiento, incluso después de que la banda haya dejado de matar hace dos años.
El terrorismo siempre se ha considerado como una amenaza para la democracia, posición fácil de entender. Lo que no es tan sencillo de aceptar es la distancia y el desinterés de una parte significativa de la sociedad, y de manera especial de una gran parte de los hombres, respecto a la violencia que sufren las mujeres. La violencia de género no es una amenaza contra la democracia, sencillamente representa la ausencia de democracia. La democracia no es el ejercicio del voto, es el reconocimiento de unos valores que articulan la convivencia sobre su respeto y que permiten la participación de la ciudadanía sobre esas referencias basadas en los Derechos Humanos.
La situación es clara, hay 600 mil mujeres que sufren violencia por parte de los hombres con los que mantienen o han mantenido una relación de pareja (Macroencuesta 2011), y 65 de ellas son asesinadas cada año de media, en cambio la sociedad no responde de forma contundente en contra de estas manifestaciones y de las circunstancias y argumentos que, precisamente, amparándose en los valores tradicionales que han guiado las relaciones de pareja, dan lugar a ella. Y si ese es el escenario, podemos afirmar que vivimos una democracia llena de huecos que la debilitan por dentro e impiden su crecimiento y el arraigo de los valores que deben presidir la convivencia, aunque los aspectos formales se cumplan de manera exquisita.
Y es que el terrorismo se ha presentado como la gran amenaza porque ataca la estructura del sistema desde fuera, porque víctimas podemos ser todos, porque sus acciones pueden presentarse con el dramatismo de la barbarie y porque cuentan con un apoyo social identificado y, sobre todo, cuantificado. En cambio la violencia contra las mujeres se presenta como si fuere su imagen en negativo. El ataque nace de las propias referencias tradicionales sobre las que se asienta la sociedad, referencias que dicen que sus víctimas sólo pueden ser las mujeres, y no todas, sólo las que desde esas posiciones son consideradas como “malas mujeres” por no cumplir con sus obligaciones como madres, esposas y amas de casa (la justificación del “algo habrá hecho”), el drama aparece con el cuenta gotas de la muerte individual, y no dispone de un respaldo identificado ni cuantificado, aunque es fácil deducir que es una mayoría la que por acción u omisión no hace algo para acabar con la violencia, y en consecuencia, permite que continúe. La misma mayoría que calla ante el machismo y su versión light del posmachismo.
Ese es uno de los grandes errores, pues mientras que el ataque terrorista actúa contra la democracia formal, la violencia de género lo hace sobre la democracia real.
No lo olvidemos, en los últimos 5 años, y hasta el día de hoy, ETA ha matado a 12 personas, mientras que la violencia de género ha asesinado a 357 mujeres. Por eso sorprende la actitud de la sociedad ante la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y la reacción que ha llevado a dirigir sus miradas a Estrasburgo para cuestionar la aplicación de la ley más allá del dolor comprensible de las víctimas. Y mientras, en la esquina de los días las miradas se pierden con un estrabismo forzado y voluntario para no ver la realidad de la violencia de género, ni el dolor de sus muchas víctimas.
Miguel Lorente Acosta-Elpaís.com
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