“No es piropo, es acoso”. Esta frase tan simple y tan certera resume de forma contundente el sentimiento de todas las mujeres que sufren el mal llamado piropo callejero. Un mujer sola -o con compañía- caminando por la calle sabe que se expone a que su indumentaria, su modo de andar, su pelo o su mirada sea susceptible de ser comentada y ‘valorada’ por alguno de los hombres que se vaya cruzando en su camino. Esto no responde a un tipo de cultura específica, es denominador común a todas las mujeres en casi cualquier rincón del planeta.
En 2010, Holly Kearl, estadounidense experta en violencia sexual, publicaba uno de los pocos libros que existen sobre el acoso callejero: “Stop Street Harassment. Making Public Places Safe and Welcoming for Women”. En él arroja una serie de datos extraídos de sus años de estudio en los que afirma que el 80% de 811 mujeres entrevistadas dijeron que constantemente tienen que mantenerse alertas cuando caminan por la calle. El 50% tienen que cruzar de acera y buscar rutas alternativas hasta sus destinos. El 45% siente que no pueden ir solas a lugares públicos y el 26% miente sobre tener pareja para que los acosadores las dejen en paz. El 19% ha tenido que cambiar de trabajo solo para evitar la zona donde han sido acosadas. La legislación no lo recoge ni lo contempla y en ocasiones es considerado como algo cultural y por tanto normalizado.
Móvil en mano
A falta de una regulación, en los últimos años han surgido iniciativas feministas para enfrentar y visibilizar el acoso callejero y la utilización de las nuevas tecnologías ha sido clave para su difusión y apoyo.
Una de las propuestas más controvertidas y polémicas que pueblan la red ha sido El cazador cazado de la activista feminista y actriz multidisciplinar Alicia Murillo. La actriz, armada con la cámara de su móvil, enfrentaba cara a cara al acosador callejero, o ‘piropeador’, para luego colgarlo en su blog junto con sus reflexiones, muchas veces irónicas y con un humor cínico, sobre por qué es un práctica cotidiana de agresión sexista.
“Viví fuera mucho tiempo y cuando regresé a Sevilla me di cuenta de que no estaba dispuesta a seguir tolerando esas agresiones verbales callejeras”, cuenta Murillo.
“En mayo de 2012 comencé el proyecto con la intención de hacer visible el rostro del agresor y de que esos insultos no quedaran impunes”. La reacción no se dejó esperar. En septiembre de ese año, la activista y sus vídeos alojados en YouTube fueron blanco de críticas y de ataques por parte de varios usuarios de la web forocoches, llevando a cabo una acción para que dichos vídeos fueran eliminados del sitio.
“Ese día pasé a tener 2.600 visitas cuando yo no llegaba a 50 diarias. A partir de ahí, fueron tantas las denuncias que YouTube me lo retiró y penalizó mi canal” explica Murillo. “El ataque de 'machirulos' me ha beneficiado más que perjudicarme porque me ha dado una publicidad tremenda. Tanto es así que el propio YouTube me mandó otro mail dándome la enhorabuena por el éxito de mis vídeos e invitándome a poner publicidad. Una incoherencia abrumadora”.
Todas contestatarias
El proyecto de Alicia Murillo no es el único que pretende hacer de freno, o por lo menos concienciar de la gravedad, del acoso callejero. Iniciativas como Hollaback! que inició su andadura en Estados Unidos en 2011 contra esta forma de violencia sexual se ha extendido por países como India, Sudáfrica o Turquía.
En América Latina, el sitio web de Hollaback! Atrévete explica que el proyecto está dedicado a erradicar el acoso en la calle utilizando las tecnologías de internet y los teléfonos móviles. “La explosión de la tecnología móvil nos ha dado una oportunidad sin precedentes para acabar con el acoso en las calles y con ella, la oportunidad de brindar atención a un importante reto en materia de derechos de la mujer y del colectivo LGBT alrededor del mundo”, dice el movimiento en Buenos Aires.
Desde Argentina también, la actriz y comediante Malena Pichot, con intensa presencia en internet -casi medio millón de seguidores en Twitter-, utiliza su serie de sketches "La loca de mierda" para parodiar de forma sarcástica y algo violenta, la respuesta que se merecen los acosadores callejeros.
Malena Pichot en "La loca de mierda" parodiando el acoso callejero
Mientras tanto, Hollaback! en Ciudad de México advierte que la violencia contra las mujeres y las minorías sexuales "rara vez se denuncia y es culturalmente aceptada". Como declaran en su webHollaback AtréveteDF! rompe el silencio que ha perpetuado la violencia sexual a nivel internacional, afirmando que “cualquier tipo de violencia de género es inaceptable. Creamos un mundo donde tenemos una opción y, más importante aún, una respuesta”. Las webs y blogs de Hollaback están llenas de historias de acoso.
Es sobrecogedor comprobar la cantidad ingente de mujeres que han sufrido el acoso callejero y como decía la directora de Pikara Magazine, June Fernández en una entrevista que no se llegó a publicar en SModa por causas ‘desconocidas’’: “Es una práctica normalizada y quien la hace le mueve más la necesidad inconsciente de reafirmar su virilidad que el deseo de relacionarse con la mujer a la que acosa”.
Aprender a cambiar las cosas
El proyecto de “El cazador cazado” ha mudado de piel y de las calles y de internet ha pasado a convertirse en un taller para mujeres que quieren aprender a enfrentarse a este tipo de acoso. Con dinámicas que van desde analizar cómo utilizan las mujeres el espacio público hasta aprender a sacar una respuesta asertiva ante estos comportamientos.
“Nadie nos va a defender y todo lo que hay alrededor en cuanto a instituciones o otras personas que nos puedan ayudar son coyunturas favorables a la autodefensa pero en realidad y en última instancia, quienes nos vamos a defender somos nosotras mismas”, explica Alicia Murillo. “El taller está dedicado a llevar ese mensaje, es importante que exista una sociedad concienciada por supuesto, y que haya leyes, pero al final vas a estar tú sola frente a tu agresor”.
Caminar tranquilas por la calle sin recibir los supuestos piropos por parte de algunos hombres es un derecho y visibilizarlo como una práctica de violencia sexista es un deber. “Hacernos responsable de nuestros cuerpos y su seguridad y enfrentarnos a los agresores es un deber moral”, concluye Murillo.
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