Un señor se acerca en un bar a una mesa en la que cuatro
mujeres charlan animadamente.
- ¿Qué hacéis aquí solas?
Daría igual que fuesen cuarenta o cien. A ojos de la
ideología tradicional la ausencia de varones las convierte en seres
incompletos, vulnerables, tramposos o peligrosos, según los casos.
Nos lo advertían las madres: “No vayáis solas por la noche”
y nos obligaban a jurar que nos acompañaría un hombre, aunque fuera un
enclenque adolescente granujiento, hasta la puerta de nuestra casa.
La ministra Mato también opina que las mujeres sin hombres
no somos nadie. Y lo hace sin rencor, sin ideología, reprochándonos que no
lleguemos a entender sus decisiones. Cuando los prejuicios son tan arraigados,
aparecen como una forma natural de ver el mundo. Cosas del sentido común de la
ideología más machista y discriminatoria.
¿Cómo se va a comparar el deseo de una pareja,
convenientemente heterosexual, de tener descendencia, con el deseo de lesbianas
o “mujeres solas” de hacer lo mismo? El deseo de los primeros es natural,
razonable y debe ser atendido por los servicios: el segundo, un simple capricho
que no debe pagarse con fondos públicos.
Tan burda ha sido su determinación, tan atentatoria contra
la igualdad de derechos de todas las ciudadanas, que se ha visto obligada a
matizar que no atenderán los casos que no presenten problemas médicos. Dicho
con otras palabras, que busquen un hombre que les resuelva la concepción, o un
espíritu santo como María, y se fertilicen “como Dios manda”.
No es una cuestión de ahorro, a fin de cuentas estos últimos
tratamientos son los más baratos y sencillos. Su verdadero objetivo es defender
la familia tradicional compuesta por padre y madre (en ese orden) y poner coto
a la libertad de las mujeres.
La maternidad es la palabra clave de la ideología
discriminatoria, la que según sus principios da razón de ser y sustancia a la
feminidad. Por su boca hablan siglos de discriminación “natural” contra las
mujeres. Cuando el ministro Gallardón afirma que “la maternidad hace a las
mujeres auténticamente mujeres”, hablan milenios de opresión, la reducción de
las mujeres a su papel reproductivo. El viejo lenguaje popular es rico en
metáforas y mitos que alimentan la desconfianza contra las mujeres que deciden
no ser madres: egoístas, vividoras y peligrosas. La ideología popular tiene mil
fórmulas de presionar a las mujeres hacia el camino de la maternidad: “las
mujeres secas”, las yermas torturadas que mezclan su insatisfacción sexual con
la maternidad, a la ofensiva y moderna frase de “se te va a pasar el arroz”
-como si de una paellera se tratara-, son algunas de las miles de fórmulas para
denigrar a las mujeres que se toman la libertad de saltarse la norma obligada
de la maternidad.
Pero su doctrina sobre la maternidad no acaba ahí. Desde que
las mujeres deciden libremente su maternidad como un camino propio, que no
impuesto por la distribución de papeles sociales, las ideologías
discriminatorias han echado mano al cientifismo, a la manipulación de las
ciencias sociales y a la tecnocracia. Todo con tal de poner límites a la
libertad de las mujeres y a su capacidad de decisión. En su anticuada opinión,
tener hijos no es un derecho o una opción de las mujeres, sino un contrato
social en el que la jerarquía masculina juega un papel fundamental. Tanto para
ser madre como para abortar, la mujer necesita el consenso masculino o la
autorización de personajes revestidos de autoridad institucional, llámense
maridos, jueces o médicos.
Las mujeres solas, las mujeres lesbianas (doblemente solas)
son, en opinión de este gobierno, seres un tanto incompletos, piezas
defectuosas sin problemas médicos pero incómodas para el viejo orden que
quieren restaurar a golpe de decreto, de leyes anunciadas, de declaraciones
aplaudidas por la derecha nostálgica y las hordas de seres incómodos en el
nuevo territorio de la igualdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario