Las gitanas hacen camino luchando a diario contra una sociedad que las juzga, victimiza y estereotipa y contra unos roles culturales machistas fuertemente enraizados. La asociación Sim Romí (Soy gitana) asegura que están “conquistando espacios de poder y subrayando las aportaciones de las gitanas”. La educación y el empoderamiento son las piedras angulares en su batalla. Felisa Reyes es doctora en Química. Celia Gabarri es educadora social y trabaja con mujeres. Pilar Pérez, viuda de 65 años y con cinco hijos, dice que “todo ha cambiado mucho” y se alegra. Todas distintas y todas gitanas.
De cada diez universitarios de la comunidad gitana, ocho son mujeres. Este dato, aportado por Secretariado Gitano, simboliza una pequeña victoria para muchas mujeres gitanas, el fruto de luchas individuales y colectivas por la igualdad y, fundamentalmente, por el derecho a la educación. Pero el porcentaje de gitanas que estudian es solo de un 2%, lo que manifiesta la necesidad de un trabajo serio y riguroso para que puedan salir del gueto y terminar con la triple discriminación: por gitanas, por mujeres y por su desigual acceso a los recursos y a la educación.
Felisa Reyes tiene 28 años y es la mayor de seis hermanos. Licenciada en Ciencias Químicas, con especialidad en Bioquímica, cursó un máster de Especialista en Plásticos y Caucho, y ya ha terminado su tesis doctoral. “Sé que no es común encontrar a una gitana que haya hecho el doctorado, pero no es incompatible”. Ella abrió camino y dos de sus hermanos también han accedido a la universidad.
Celia Gabarri es la quinta de seis hermanos y la única que decidió estudiar. Se diplomó en Educación Social y desde hace diez años trabaja en el área de la Mujer de Secretariado Gitano. Pensó en estudiar Antropología fuera de casa, pero sabía que la respuesta de su familia sería negativa. Ni lo planteó. “Siempre he sido partidaria de cambios tranquilos, paulatinos y duraderos”. Considera que el interés por la formación se está extendiendo entre las mujeres gitanas. “Entienden que es el camino para romper barreras. La trayectoria tradicional era que a los 16 se casaban y pasaban a ser mujeres sin un proceso de maduración emocional. Ahora, eso está cambiando. La forma en la que educan a sus hijos e hijas tiende a la igualdad”, explica Gabarri. “Madres con 33 años quieren que sus hijas elijan, vean mundo y estudien”.
La situación educativa de la población gitana, alrededor de 725.000 personas en España, ha mejorado en los últimos 30 años. En Primaria, un 93,2% están escolarizados, pero la brecha de género crece a medida que cumplen años. Las chicas tienen mayores obstáculos para acceder a la Secundaria. En primero de la ESO, el porcentaje de chicos escolarizados en los centros es del 60,7%, frente a un 39,3% entre las chicas. La tradición en casa y los estereotipos en la calle pesan demasiado todavía.
Victoria Jiménez dejó el colegio con 13 años para cuidar a sus hermanos. Ahora, con 49, trabaja en la asociación Sim Romí y enseña a otras mujeres que “la educación es la llave de la independencia”.
Su compañera de asociación Soraya Motos tampoco pudo estudiar: “Las cosas eran así; me sacaron del colegio para cuidar a mis hermanos pero mi madre ya me hablaba de la educación como algo importante y quiero que mis hijas se eduquen así”. Aunque no ha estudiado una carrera, no ha parado de formarse y es autora de un libro de cuentos gitanos: ‘Jani y la luna y otros cuentos de Soraya’.
Sim Romí trabaja desde 2006 en Bizkaia. Rosa Jiménez se encarga del programa de mujeres y del plan de mejora educativa: “Queremos visibilizar a las mujeres gitanas y empoderarlas para que participen en la sociedad”. Según ella, “los medios de comunicación, los centros educativos, las instituciones y la sociedad contribuyen a invisibilizar y estereotipar a las gitanas”. Jiménez cree que su trabajo ha dado frutos. “Participamos, creamos espacios de reflexión y hacemos que nuestra voz se escuche y repercuta en la sociedad. La triple discriminación que sufrimos hace que nos haya costado acceder durante años a la educación formal, por nuestras familias y por la propia sociedad”.
Ellas ponen el acento en la falta de educación formal entre las gitanas. “Nunca se ha priorizado en nuestra cultura, porque éramos nómadas por obligación, porque nos echaban, y lo primero era comer. Éramos artesanas, canasteras, criábamos caballos…”. Ahora pelean por conseguir referentes para las nuevas generaciones lejos de los estereotipos folklóricos. “Necesitamos ejemplos, que exista implicación en el profesorado, y eso suele ser difícil. He oído a un profesor decirle a una niña ‘Pero tú, ¿qué haces aquí si puedes vender en el mercadillo? No pierdas el tiempo’. Si se desmoraliza a una niña, eso se une a sus miedos por ser la diferente entre payos”, cuenta Rosa Jiménez.
Contra los mitos
En Sim Romí aseguran que han dejado atrás prácticas tan enraizadas en la cultura gitana como los matrimonios forzados o los embarazos tempranos. “Aconsejamos y trabajamos para evitarlos. Hacemos cursos de salud, prevención, autoestima…”. Felisa Reyes cree que están avanzando en contra las costumbres machistas. Según esta doctora en Químicas, ahora hay más mujeres gitanas que deciden seguir una vida distinta de lo que se espera de ellas.
Felisa Reyes consiguió que los hombres de su familia entendieran que ella iba a estudiar y a salir fuera de casa sin estar casada. “Les cuesta comprender que, para conseguir una carrera y un buen futuro, te relacionarás con payos el 90% de tu tiempo”. Para ella, aunque las cosas han cambiado bastante, la sociedad gitana sigue siendo machista.
“Estamos viendo un cambio. Las mujeres se acercan y nos piden actividades. Están dispuestas a aprender más, quieren ir a museos, a cenar juntas, a pasear, de viaje, hacer cursos…”, explica Jiménez. Se sienten orgullosas de participar en un movimiento social después de tantos años en la sombra. “Cada vez somos más visibles, nos ven las caras el 8 de marzo, luchamos mano a mano con otras mujeres”. Ella asegura que no hay tanta diferencia entre payas y gitanas en cuanto al nivel de machismo. “Hay muchos estereotipos que romper, mucha mitología y una tendencia de las payas europeas a considerar que son el modelo, las únicas liberadas”.
Uno de los temas recurrentes cuando se habla de machismo en la comunidad gitana es el pañuelo; una prueba que demuestra figuradamente la virginidad de la novia el mismo día de la boda. Soraya Motos defiende que es una cuestión cultural. “Las católicas también van de blanco, simbolizando pureza al altar. No hay tanta diferencia entre unas y otras. La cosa está mucho más evolucionada y modernizada de lo que cree todo el mundo. Tratamos de quedarnos con las muchas cosas buenas que tiene nuestra cultura y dejar atrás aquellas costumbres que no nos gustan, que eran negativas y coartaban libertades”.
Jiménez se queja de las “burradas” que se dicen sobre las gitanas. “Es necesario contextualizar. El machismo está en todas partes y no solo en el pueblo gitano. Lo que pasa es que está más estereotipado en nuestra cultura. Nos ven en zapatillas de andar por casa y nos asignan marginación… En algunos o muchos casos puede ser así, pero es que no se visibilizan otras formas de ser gitanas”. Por ejemplo, Pilar Heredia, primera gitana candidata al Parlamento regional de Madrid.
Basta echar una mirada atrás para entender los cambios experimentados entre las mujeres gitanas. Pilar Pérez Borja tiene 65 años, cinco hijos, catorce nietos y dos biznietos. Ha trabajado dentro y fuera de casa, algo poco común para una gitana de su edad. “Me quedé viuda con 24 años, cuatro hijos y embarazada de dos meses. Trabajar y no salir de casa a ningún sitio. Viví para mis hijos. Trabajar y cuidarles”, cuenta. Ahora, se alegra mucho de que las cosas estén cambiando.
Trabajó durante años en un reformatorio. Es una mujer muy respetada en la comunidad gitana y nunca se ha vuelto a casar ni ha estado con otro hombre. Asegura que las gitanas han cambiado su forma de vida y su mentalidad en los últimos años. “El uso del luto, el hecho de ser visibles, de ver la tele, por ejemplo. Antes, si alguien moría o te quedabas viuda, no podías ni ver la tele ni ir a un bar. Nada de nada”, recuerda. Se le pasó la juventud sin entrar a un bar. “Me alegro en el alma de que las cosas hayan cambiado porque, sin faltar a mis costumbres ni hacerle mal a nadie, hubiera hecho las cosas de otra manera”.
Esta gitana habla orgullosa de la educación que les ha dado a sus hijas: “La mayor se ha casado con un hombre que hace de todo en casa y que es capaz de compartir las tareas y entender la independencia de su mujer. Ella conduce y eso era impensable cuando yo era joven”.
“Nos hemos subido al carro con desventaja”
En España hay unas 20 organizaciones y asociaciones de mujeres gitanas y casi 300 en toda Europa. Sus reivindicaciones se extienden y ya han empezado a tejer redes y a establecer estrategias comunes de lucha. Celia Gabarri, de Secretariado Gitano, considera que las gitanas se han subido al carro del feminismo con cierta desventaja. “En la sociedad paya, el machismo está enmascarado o disfrazado, pero no así en la comunidad gitana, donde un hombre puede decir que te toca ser ama de casa sin que suene políticamente incorrecto”. Según su visión, los hombres no van a cambiar una situación en la que están cómodos y en la que ellos ganan. “El cambio tiene que venir desde las propias mujeres”.
Rosa Jiménez, por su parte, explica que defienden la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero que no hablan de feminismo, “porque es una palabra que asusta a muchos gitanos”. Su estrategia es hacer que los hombres gitanos entiendan la igualdad como algo positivo para la cultura gitana. “Que entiendan la educación de las mujeres como algo bueno para la familia y la comunidad. Queremos que nos acompañen en este camino de lucha. Vamos despacio, pero llegaremos”. Reivindica que sus dinámicas son diferentes. “Prevalece la colectividad por encima del individualismo. Entendemos la libertad de manera diferente”.
Un diagnóstico de la mujer gitana en Bilbao realizado el año pasado por la asociación romaní Kaledor Kayico constata que lo que más miedo les da sigue siendo la discriminación, a la hora de buscar trabajo o de participar en la vida pública. “Otra cosa que detectamos es que casi el 100% identificaban la violencia de género como violencia y no como algo natural, como suele decir la mitología callejera sobre las mujeres gitanas”, explica Rosa Jiménez.
Celia Gabarri considera que es innegable que “las gitanas se enfrentan a una triple discriminación” y sus experiencias personales hablan solas. Felisa Reyes recuerda una pelea en la que se vio inmersa en el colegio y cómo “todo el mundo vio lógico que me pelease porque yo era gitana”. “En las tiendas, nos siguen; la hora de alquilar un piso, dan por hecho que se lo vas a destrozar; cuando vas a buscar trabajo, te miran con recelo; cuando pedimos una subvención, entramos en el epígrafe como migrantes…“, cuenta Rosa Jiménez entre risas.
Las tres coinciden en que hay una distorsión de la realidad gitana muy fuerte. “Cada vez hay más mujeres gitanas trabajando fuera de casa, pero lo tienen difícil por la falta de formación y lo competitiva que es la sociedad. Necesitamos algo de tiempo para subirnos al carro”, comenta Jiménez.
“Necesitamos referentes”
Felisa pelea para hacer entender a su entorno que se puede ser independiente, viajar y no dejar de ser gitana. “No hacemos nada malo por ser independientes y no depender de los hombres, como hasta ahora. Mi vida no se limita a esperar a que un gitano llegue a pedirle mi mano a mi padre y ser ama de casa para toda la vida”, dice.
En Sim Romí imparten formaciones en género. “Queremos defender los derechos de las mujeres gitanas. No nos vemos reflejadas en ninguna parte y necesitamos referentes. ¿Dónde se habla de las mujeres gitanas? Como mucho, se habla del pueblo gitano, pero nunca de lo que hacemos las mujeres. Se nos folkloriza, pero no se explican nuestros aportes”, dice Soraya Motos.
“Cuando oigo estereotipos, me pregunto dónde está el respeto a la diferencia, por qué no puede haber diversidad, por qué para integrarme tengo que convertirme en ti. Aunque me forme, conquiste espacios, salga de casa, participe en la vida pública… no quiero dejar de ser gitana porque estoy orgullosa de serlo”, concluye Rosa Jiménez.
En Sim Romí, al igual que en otras organizaciones de mujeres gitanas, caminan hacia la igualdad escribiendo su propia historia. No quieren que las payas les marquen el camino. Uno de los cuentos de Soraya Motos termina así: “Seas lo que seas en la vida y lo que puedas alcanzar, nunca dejes atrás las costumbres de tu pueblo”.
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