Lejos de desaparecer, el maltrato se ha enquistado en una sociedad que todavía tolera comportamientos de control hacia las mujeres y a los que ni siquiera considera agresiones. El primer paso es detectarlo y después cuestionarse, ¿quiénes son los maltratadores?
Texto: Maite Garrido Courel (@MaitegCourel). Fotos: Javier de Riaño Echánove.
El telediario abre sus informativos, un día más, con noticias sobre corrupción, el enfrentamiento entre políticos en el Congreso, la deuda pública, los altercados en Turquía, Grecia, Siria y después de alguna noticia amable como la subida de las temperaturas, informan a modo de suceso: “Un nuevo caso de violencia de género”. “Están hablando de un asesinato pero si te paras a analizar esa frase tan aséptica y tan objetiva, te está diciendo que entre el caso actual y el anterior no ha habido violencia machista, aparte de que la reduce al asesinato; los golpes, las humillaciones, los insultos, lo están dejando fuera”, dice para Números Rojos Teresa San Segundo, profesora titular de Derecho Civil por la UNED y experta en violencia de género. “No nos podemos quedar en el titular, los medios de comunicación solo miran el asesinato y rara vez agresiones”.
El modo de hacer el cómputo no cambia: mujeres muertas a manos de sus parejas -o exparejas- en lo que va de año (hasta el 20 de junio) 31; el año anterior 57; en 2011, 67; en 2010, 85; en 2009, 65… Números que hablan de las mujeres cuyo asesinato engrosa las listas de los estudios oficiales de violencia de género. “Además, existe la creencia de que la mujer que muere es la mujer sumisa, la que ha aguantado y no, la que muere normalmente es la que se ha rebelado”, dice San Segundo. Sin embargo, lo previo al asesinato que es la amenaza, el miedo constante, la intimidación, no cubren ninguna lista porque no se contabiliza.
“En los últimos diez años una mujer se definía a sí misma como maltratada cuando él le pegaba”, explica Luis Bonino, psiquiatra y director del Centro de Estudios de la Condición Masculina de Madrid. “Ahora esa línea de corte va bajando. Lo ideal es que continúe y que una mujer perciba el maltrato cuando sea algo psicológico. La violencia física si bien es terrible es una mínima parte de la violencia que sufre esa mujer, pero legalmente es muy difícil de medir”. Cómo se mide y cómo se juzga pero sobre todo, ¿cuándo tienen que saltar las alarmas? “Si tienes una pareja no es fácil ver el límite. Si te llama al móvil en una tarde cuatro veces, veinte, cincuenta, cuatrocientas, ¿cuándo es control y cuándo es maltrato?”, cuestiona la especialista en violencia machista. “Si sospechas que pueden estar maltratando a una amiga tuya multiplica eso por mil porque lo que vemos desde fuera es la punta del iceberg”.
Que el maltrato es maltrato aun cuando no interviene la fuerza bruta es uno de los pilares que, según los expertos, más está costando construir en cuanto a las realidades que rodean el tema de la violencia machista.
El maltrato psicológico es muy duro y muchas mujeres coinciden en afirmar que es mucho peor, “pero como ahora muchos agresores saben que tienen consecuencias penales, no lo hacen físicamente pero sí psicológicamente”, explica San Segundo. “Pongo un ejemplo real, y no digo que se trate de elegir pero, ¿qué es más duro? que le parta un brazo o que le diga: tú te separas pero los cadáveres de tus hijos te los dejo encima de la mesa”.
¿EXISTE UNA TERAPIA?
En 2003, la directora Icíar Bollaín sobrecogía al público con una película que plasmaba como pocas el drama del maltrato y aportaba además, una visión sobre el maltratador hasta ahora desconocida por la mayoría. “Te doy mis ojos’ refleja muy bien la situación pero aún así es muy light”, dice la especialista en género. “Para que la protagonista se ambientara se la llevó a una casa de acogida pero eso no se pudo hacer con él porque el tipo de terapia que aparece en la película no existe”. Lo más aproximado son los programas que concierta el Ministerio de Sanidad dentro de las cárceles que son de obligado cumplimiento, y cuyos resultados suelen ser nulos. O aquellos impuestos por orden judicial cuando las condenas son inferiores a dos años. Estos últimos suelen tener una duración máxima de un año y tienen como objetivo la resocialización, la modificación de la conducta frente a las mujeres y el control de las situaciones de violencia.
También son obligatorios y el juez puede decretar el ingreso en prisión si no acude a ellos. Sin embargo, los expertos coinciden en que para que dichas medidas sean efectivas hay dos elementos indispensables: voluntariedad y un tratamiento a largo plazo con seguimiento. “Me parece importante tratar con maltratadores pero en los casos graves es como intentar curar un cáncer terminal. Hay que estudiar antes las causas, detectarlas y entender por qué pasa”, dice Bonino a Números Rojos. Pero entonces, ¿se podría tratar antes de que se convierta en un caso terminal? Según el psiquiatra, es cierta la tendencia a pensar que los hombres cambian poco, que niegan o minimizan los comportamientos por lo que, si no tienen esa conciencia, es muy difícil que haya un comienzo de algo. Pero también hay hombres que aunque no reconocen que son maltratadores admiten que tienen un problema, que algo no va bien. En ese caso, suelen acudir a las terapias en pareja, lo cual interesa en la medida en que cada uno cuenta lo que le pasa y cómo lo viven.
Sin embargo, también puede ser una manipulación para retenerla. “Uno de los peligros de la terapia de pareja es que muchas veces las mujeres que ya habían decidido separarse dan marcha atrás, esperando a que él cambie. Sin darse cuenta el programa puede estar pervirtiendo la situación en cuanto que favorece que ella siga aguantando”. La perversidad de las terapias, para el psiquiatra, también radica en el pseudocambio. Los hombres al principio pueden disminuir su comportamiento violento, “pasan seis meses y ya se siente muy cambiado, no entiende que ella no lo acepte y que además, le esté poniendo más límites. Esa es una de las razones por las que dejan las terapias”. Los programas que se centran en el control de los impulsos, para ambos especialistas, son erróneos puesto que no se trata de una persona que en todos los estratos de su vida actúe con agresividad, sino que es un comportamiento muy medido contra un sujeto muy definido.
“La violencia es una elección. Tiene un fin muy claro la ejerza quien la ejerza; para someter y controlar”, dice San Segundo. “La violencia selectiva es lo que define al maltratador -continúa Bonino- por eso fallan las terapias que se dedican a tratar el control de los impulsos. Si una persona en el trabajo es fantástica y con su novia se transforma no es una cuestión de falta de control y tratarlo desde ahí no sirve para nada”. Se trataría de una violencia enfocada únicamente hacia la mujer. La pregunta, aunque obvia, no podemos dejar de hacérnosla: ¿Por qué?
“Se trata de una ideología machista, patriarcal, de dominación. Todos los agresores sistemáticos necesitan una racionalización, una justificación de esa violencia. Si no, no la ejercerían. No es lo mismo un brote de agresividad en un momento puntual, a que se ejerza de manera sostenida. Para agredir a una persona durante tanto tiempo necesitas una explicación”, afirma Andrés Montero, psicólogo y presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia.
Una explicación que parte de la base de que ellos ‘están en su derecho para hacerlo’. “Tradicionalmente el hombre ha sido educado sobre la base de que la mujer, de alguna manera, le pertenece, es inferior. Los agresores usan ese presupuesto ideológico para justificar la violencia que ejercen”.
Por tanto, el estereotipo difundido sobre que los hombres tienen este problema por su naturaleza o que es la testosterona la que produce eso, no es cierto. “Si fuera así atacarían a todo el mundo, no a su mujer en exclusiva”, dice Montero.
EL AGRESOR COTIDIANO
Una de las cuestiones importantes, además de derribar la falsa creencia de que la violencia solo es tal cuando se ejerce de una forma física, es desmitificar el hecho de que el maltratador se ajusta a un solo perfil de hombre y de que se trata de una enfermedad. “No existe un solo modelo de hombre maltratador. La violencia hacia la mujer se da en todo tipo de estratos sociales, distintos niveles de ingresos económicos, nivel de estudios, franjas de edad…”, explica el psicólogo.
A priori, un agresor no es un enfermo, aunque puede tener una enfermedad como cualquier otra persona. “Solo hay una serie de trastornos que podrían modificar el contacto del sujeto con la realidad y que le incapacitarían a la hora de controlar su conducta. Estos trastornos están en la franja, desde un punto vista mental, de las psicosis o de los traumatismos craneoencefálicos que debilitan el cerebro para ejercer el control. En términos de porcentaje esas enfermedades no pasan del 3%, más o menos, de prevalencia en la población”, afirma Montero. Bajo esta premisa, resulta difícil identificar a un posible agresor cuando en muchos casos socializan perfectamente y no destacan por tener un carácter agresivo todo el tiempo.
Según los datos recogidos por el Ministerio de Sanidad, el 70% de los agresores ejerce violencia hacia una mujer en un entorno concreto que suele ser el de convivencia, pero en el resto de los ámbitos suelen estar perfectamente integrados. “La mayoría de maltratadores están caminando por la sociedad y son personas honorables, gente normal, con sus amigos…”, dice Teresa San Segundo. Un agresor puede sufrir un trastorno de ansiedad, una depresión, tener problemas con el alcohol pero eso, según Andrés Montero, no está relacionado con la violencia porque si no cualquiera que tuviera una depresión sería una persona agresiva. “Estos factores condicionan la conducta pero no explican de manera causal la violencia. Las personas que están fuera del círculo de la violencia tratan de etiquetar al agresor para que parezca que es distinto. ‘Lo hace porque es alcohólico, pero a nosotros nunca nos va a pasar’, se dicen, cuando el alcohol realmente no tiene una influencia causal.
Los agresores de mujeres son personas normales; esa es la tragedia del asunto”. Los hombres que tienen más recursos psicológicos, sociales, educacionales, suelen utilizar un formato más refinado de violencia. Lo importante, en este sentido, sería que las alarmas saltasen desde espacios que en principio no tendrían por qué ser específicos de violencia machista. “Todos los maltratadores pasan por el sistema sanitario de una forma u otra, pero este todavía no está preparado para detectarlos”, dice Luis Bonino. “Hay muchos avances para que los sanitarios lo perciban en una mujer que está siendo el sujeto del maltrato, pero todavía no se trabaja al hombre.
En este sentido hay un hueco. Estaría bien que el médico de familia hiciera como parte de la rutina preguntas específicas como ¿cuántos cigarros fumas al día?, incluir, ¿cómo te llevas en tu casa?; ¿gritas cuando te enfadas?; ¿eres extrovertido en el trabajo pero muy introvertido en casa?, ¿te molesta que te digan cosas cuando estás en casa?, etc.”. Miguel Lorente explica el proceso mental de los agresores que están más integrados socialmente. Ellos consideran que tienen que hacer eso si son hombres, pero en el momento en que ‘se les va de las manos’ y cometen el asesinato entienden que socialmente está penado, que es un delito, no pueden soportar el castigo social, entonces se suicidan o lo intentan, pero no suelen hacerlo por un sentimiento de culpa.
LA LEY REACCIONA
Ante la falta de freno de la violencia machista el Ministerio de Justicia está elaborando una Estrategia Nacional contra la Violencia de Género presentada por el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Juan Manuel Moreno el pasado mes de mayo. En el plan se recogen 250 medidas como la libertad vigilada a los delitos de violencia de género, que estará incluida en la reforma del Código Penal y que entrará en vigor en septiembre u octubre, cuando se apruebe el texto definitivo.
El plan está dotado con 1.539 millones de euros y tendrá una duración de cuatro años. La medida se extenderá a los internos cuando disfruten de permisos penitenciarios, porque las mujeres maltratadas “muchas veces” no tienen conocimiento de que su agresor está en la calle. Aunque, en cuanto al espinoso tema, y motivo de lucha de todas las asociaciones feministas contra la violencia machista, que es la petición de retirada del régimen de visitas o la custodia de los hijos al maltratador, Moreno señalaba que, en estos momentos, el Ministerio de Sanidad tiene un “diálogo abierto” con el de Justicia aunque no hay nada concreto.
“El Código Penal no está mal, tenemos buenas leyes el problema es aplicarlas”, dice la profesora titular en Derecho Civil. “Los medios de comunicación han hecho algo bueno que es concienciar sobre que la violencia existe, pero la gente se piensa que ya sabe lo que es la violencia de género y eso es falso. Es un trabajo de calado, sabemos que existe el problema, ahora hay que ir a por él”.
Edward Gondolf, investigador americano, dice que a los maltratadores hay que medirlos en función del sistema de apoyo familiar y social. En un entorno donde exista tolerancia, será improbable que suceda un cambio de comportamiento. “Es necesaria una masa crítica. Antes los violadores no eran considerados como ahora y la violación ha existido siempre. Ahora están mal vistos hasta por sus propios compañeros presos en la cárcel. Con los maltratadores no pasa eso”.
La educación en igualdad es un elemento esencial para prevenir y evitar a los futuros maltratadores. ¿Qué se puede hacer con ellos? “Mantenerlos controlados”, asevera Bonino. “Pero hablar de ‘ellos’ es muy difícil. Yo te diría: ¿qué hay que hacer con los hombres en general? La violencia estructural permea todo el comportamiento masculino”. Es necesario una conciencia social de lucha ante esta violencia como lo puede ser ante cualquier tipo de violencia. “Con el terrorismo político, cada vez que había una muerte se levantaba el país. Con esto la actitud es de ‘venga una más’ -se lamenta San Segundo- si mueren mujeres no importa”. La violencia machista es un cáncer social, y nos está matando a todas.