domingo, 14 de julio de 2013

"Tíos con problemas sexuales sin resolver"

Captura del vídeo difundido por Cenicientas 3.0 para denunciar
la violencia sexista en los Sanfermines.
Captura de CenicientaTV (Vimeo)
Las imágenes de chicas semidesnudas –voluntaria o involuntariamente- en las fiestas de San Fermín con un montón de manazas baboseando sus pechos se han repetido gracias a la denuncia de las feministas, esas brujas dormidas que parecían haber sido superadas por el progreso y la tecnología 2.0.

Gracias a ellas, sabemos que no sólo en los sanfermines se disparan las agresiones contra las mujeres por parte de tíos envalentonados por la turba y el alcohol. También se ha trazado un paralelismo con lo sucedido en la plaza egipcia de Tahrir. Lo que pase en Tahrir, sobre todo si las agredidas son extranjeras, parece más digerible (sarcasmo) –ya se sabe lo reprimidos que van los musulmanes- que lo que pase aquí, donde se supone que las costumbres son libres y nadie impone represión sexual a nadie. Pero la cosa chez les humains no es tan sencilla como parece. Problemas sexuales los hay con libertad o sin ella, que de eso están llenos los divanes del psiquiatra (y hasta el psiquiatra mismo).

Se ha tratado de restar importancia al asunto considerando la alegría desbocada, el que muchas de las jóvenes se desnudaran voluntariamente –se trata de una costumbre muy anglo, la de sacar las tetas al aire; acuérdense de cómo despedían las británicas a los soldados que partían a las Malvinas, hace años-, que el vino deja alienados los cerebros, etc. Lo que quieran. Yo lo que sé es que si en el cerebro no duermen deseos infames, ni ciegos de alcohol afloran las infamias. Muchas de esas chicas, que parecen sonreír en la fotos complacidas por la jarana, concomitantes con el tumulto que las agrede, habrán llorado a solas de rabia e impotencia.

Las mujeres, en general, nos tenemos que enfrentar a situaciones humillantes a lo largo de nuestra vida a causa de la cantidad abrumadora de tíos con problemas sexuales sin resolver que andan sueltos.

Déjenme que les cuente una anécdota. A los catorce años, entre las lindezas que me soltaban los tíos de toda laya y edad, hubo una que me atizó como se atiza el fuego de la chimenea. Yo paseaba a mi perro, mientras ojeaba un libro y un tipo de mediana edad –a mí entonces me pareció un viejo- me soltó una guarrada a modo de “piropo”. Levanté la mirada del libro y le solté con toda tranquilidad: “Pero, hombre, ¿cómo pierde ‘usté’ el tiempo con eso teniendo una pata en la tumba como tiene?” El tipo se largó con el rabo entre las patas, nunca mejor dicho. Creo que logré ser más cruel que él mismo. Pero muy pocas chicas de catorce años pueden reaccionar así, ni el haberlo hecho yo esa vez me libró de una pegajosa sensación de haber sido agredida. La mayoría, sufre en silencio la humillación repetida, recordada, con asco y rabia por la impotencia.

Que esto ocurra en fiestas donde se supone que se comparte la alegría indica que hay una parte del gentío que ha decidido que su alegría consiste en la desgracia de otra parte del gentío, verbigracia: la que lleva tetas bajo la camiseta. Inevitable preguntarse por lo que va mal en la sexualidad de ese tipo de tíos, incapaces de contemplar la belleza sin tratar de chafarla con sus dedazos. Inevitable temer que detrás de esas manazas hay un violador en potencia. Que hay quien echa de menos la providencial dominación masculina. Que la imposición patriarcal no ha muerto. Que la testosterona le puede a las sinapsis cerebrales, en fin, que da pena.

Otro día hablaremos de por qué la proporción de hombres jóvenes que van de putas crece en España, de qué se ha conseguido con la supuesta liberación sexual, de qué entienden algunos, por otra parte, por liberación sexual, tantos años después. Qué cansino.

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