En la polémica tormentosa desencadenada por la reforma
educativa del ínclito ministro Wert se han discutido todos los temas que
comportan las nuevas medidas, con el protagonismo indudable de las clases de
religión, la política de becas y la enseñanza bilingüe, único éste
importante para el gobierno de Cataluña.
Pero muy poco se ha oído sobre el contenido de las materias que se imponen a
los alumnos y sobre el método de enseñanza, como si estos aspectos de la
instrucción pública no tuviesen ninguna trascendencia. Y nada he podido
escuchar ni leer acerca del machismo que contienen las asignaturas básicas, la
forma de impartirlas por parte de los profesores –incluyendo a muchas
profesoras- el trato diferenciado que se da a los alumnos y a las alumnas, la
ignorancia que padecen la mayoría de los maestros sobre la coeducación que
confunden con amontonar chicos y chicas en la misma clase, el mantenimiento de una enseñanza
androcéntrica que ningún gobierno ha tenido la menor intención de modificar, ni
por supuesto la ausencia de toda enseñanza del feminismo, ni aún en las
asignaturas de historia, filosofía, sociología o política.
Los bachilleres y los licenciados, pueden obtener sus
títulos sin saber quiénes fueron Olimpia de Gouges, Flora Tristán, Alejandra
Kollöntai,
Louise Michel, Emma Goldman, Victoria Kent, Simone de
Beauvoir, Federica Montseny, Carmen de Burgos, Margarita Nelken, Victoria
Kent, etc.etc., ignorando supinamente
por qué se conmemora el 8 de marzo en todo el mundo occidental y cuáles han
sido las luchas que han jalonado los doscientos años del Movimiento Feminista.
Y los profesores –y muchas profesoras- consideran que han enseñado bien las
materias de las que son especialistas, los escritores que fabrican los libros
de texto obvian toda referencia al feminismo y los historiadores, sociólogos,
politólogos y comentaristas de la educación, entre los que se encuentran los
más conspicuos representantes de la excelencia de la Academia, nunca se dignan
hacer mención alguna del papel que han cumplido las mujeres en las luchas de
clases, en el mantenimiento de la sociedad, en las revoluciones que han
cambiado el mundo, en la literatura, las artes y las ciencias.
Pero esta ausencia no es reciente, ni un invento del señor
Wert. En la añorada asignatura de Educación para la Ciudadanía, cuya supresión
hace bueno el refrán de “que otro vendrá que a mi bueno me hará”, no se
encontraban ninguno de estos temas. Circunscrita toda la información que
ofrecía a los alumnos a comentarios sobre la Constitución, la igualdad entre el
hombre y la mujer y la homosexualidad, los que la diseñaron creyeron que habían
plantado una pica en Flandes. Y mejor es eso que nada, y más cierto que en
España se vive resignadamente el otro refrán de “que el que no se conforma es
porque no quiere”, pero la parquedad de los temas que se supone conciernen a la
mujer –como si lo demás no lo hiciesen- y la vulgaridad con que estaban
expuestos en los textos escolares, ni atrajeron al feminismo a los alumnos ni
les concienciaron mínimamente de lo que es el Movimiento revolucionario más
importante del último siglo, puesto que tiene como protagonista a la mitad de
la humanidad.
Hace veinte años el Ministerio de Educación publicó un
informe sobre el sexismo en la escuela donde se denunciaban las actitudes
discriminatorias de los profesores respecto a las niñas, las conductas
agresivas de los chicos, los contenidos machistas de los textos escolares. Pues
bien, dos décadas más tarde puedo afirmar que todos los vicios, defectos,
segregaciones, e incluso ofensas que se denunciaban entonces siguen
produciéndose, aumentados y corregidos.
Los contactos periódicos que mantengo con institutos y
Universidades para dar conferencias y clases me han permitido comprobar in situ
y de ciencia propia, el desprecio que sienten la mayoría de los profesores –y
algunas profesoras- por el feminismo, la negativa a incluirlo entre los temas
de sus materias –entre otras cosas porque lo ignoran absolutamente-, la
indiferencia de los alumnos y de la mayoría de las alumnas por conocer las
luchas de sus antepasadas. Y cómo, sólo algunas profesoras esforzadas –las que
me invitan- se dejan la piel intentando aprender y enseñar la verdadera
historia del mundo y de las luchas de clases de las mujeres y motivar a los
alumnos en su estudio y en su participación.
Resulta descorazonador comprobar que dada la edad de los
alumnos, en el ambiente en los
Institutos sigue primando la actitud de conquista machista de las muchachas por
parte de los varones, con su mucha carga de agresividad, y la aceptación gozosa
de tal situación por parte de aquellas, que utilizan las llamadas artes de
seducción femenina que conocían sus tatarabuelas, con una evidente actitud de
sumisión, y que es igual al que se imponía en la escuela de mi infancia, sin
que el profesorado –incluso el femenino- lo conciencie siquiera, ni aún menos
intente conducirlo hacia unas relaciones igualitarias.
La propaganda de los gobiernos socialistas ha llevado a
creer a una buena parte de la sociedad que los contenidos de las materias eran
ya progresistas y democráticos, pero muy pocos comentaristas se han atrevido a
negar esta errónea percepción, y nadie se molesta en preguntar a los
protagonistas sobre la veracidad de esta percepción generalizada. Cuando se
investiga, y mínimamente, la queja de los alumnos y alumnas sobre la falta de
enseñanza de la sexualidad, de los métodos anticonceptivos, del aborto, del
divorcio, de la igualdad en las tareas de cuidado y domésticas, es
unánime. ¿Qué se les enseña, en
realidad, en las aulas? ¿De qué temas se habla y discute en relación con el
eterno, y fundamental, drama de las relaciones entre los sexos? ¿A qué
asignaturas se atribuyen tales contenidos? ¿Cuáles son los que más interesan a
los chicos y cuáles a las chicas? Nadie ha sabido contestarme desde el seno de
los Institutos y de la Universidad, y cuando los he planteado los más
sorprendidos han sido los profesores.
Y, ¿qué se está haciendo para revertir esta situación, que
treinta y cinco años después del fin de la dictadura no ha avanzado en la
educación feminista que precisamos? Pues si pocos eran los logros de los gobiernos anteriores
las nuevas reformas de este conducen hacia una situación aún más regresiva.
Eliminada la Educación para la Ciudadanía
no queda ninguna materia que tenga mínimos contenidos sobre la situación
de la mujer. Teniendo en cuenta que es común oír a los alumnos de segunda
enseñanza que la Historia que se les enseña no contempla la del siglo XX, y no
más allá del reinado de Alfonso XIII, como en los tiempos de la dictadura,
malamente podemos esperar que se les explique lo que han sido las luchas
feministas, al menos en España, en este último siglo.
Resulta indignante escuchar a muchos chicos y chicas de 15 a
18 años explicarte que cada curso comienzan las clases de Historia en la
Prehistoria y que nunca han estudiado la II República. Y triste es oír a una
muchacha comentar que los profesores no quieren que los alumnos participen en
el aula. “Callados, como muebles, así es como nos quieren”.
No es de extrañar que con esta educación los Observatorios
de Violencia contra la Mujer hayan “detectado” comportamientos machistas en
muchachos muy jóvenes y la aceptación de ellos por parte de sus compañeras. De
tal modo el 80% de los adolescentes cree que la novia debe complacer a su
novio, más del 40% de los jóvenes cree que “el chico debe proteger a su chica”
y seis de cada diez considera que los celos son normales en una relación de
pareja”.
El señor Wert ha suprimido la Educación para la Ciudadanía,
y sea lo que sea que la sustituya debería llamarla Educación para el Machismo.
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