Recuerdo que el mundo se puso patas arriba con la gripe
aviar o con el virus de Ebola, por ejemplo. En Europa también se armó un buen
revuelo con la crisis de las vacas locas, aquello de la encefalopatía
espongiforme bovina que, aunque casi impronunciable, todos los periodistas nos
sabíamos de memoria al día siguiente de aparecer la primera vaca muerta.
Ayer, la Organización Mundial de la Salud calificó de
epidemia la violencia contra las mujeres en todo el mundo pero la noticia ni
alarma ni está en la portada de los grandes medios de comunicación porque ni
siquiera es noticia. Ya lo sabíamos. Y nos hemos acostumbrado. La violencia
contra las mujeres es algo insignificante. De hecho, el informe que presentó
ayer la OMS -“Estimaciones mundiales y regionales de la violencia contra la
mujer: prevalencia y efectos de la violencia conyugal y de la violencia sexual
no conyugal en la salud”-, es tan relevante por los datos que aporta como por
la falta de ellos.
La relevancia o irrelevancia de la realidad se determina, en
muchos casos, contando con su expresión en cifras. Una afirmación que,
refiriéndose a la violencia de género, parece cierta solo parcialmente. Siempre
que hablamos de violencia contra las mujeres lo hacemos sobre magnitudes
estimadas, cifras aproximadas y números calculados pero no exactos. Les invito
a que repasen los datos que aporta el informe, verán que todas las cifras son
cálculos aproximados. Parece que dos más dos son cuatro, salvo si se trata de
mujeres. Documentar la violencia de género, no es una prioridad en la mayoría
de los países. Lo que es en sí mismo un buen ejemplo del desdén con el que se
aborda esta “epidemia”. Y aun así, como ya publicó hace años The Economist, refiriéndose
a la violencia de género, “cada periodo de dos a cuatro años, el mundo aparta
la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler”. Pero si en vez de cifras habláramos de
personas y si sustituyéramos las estadísticas por los detalles de sus vidas y
las circunstancias de sus muertes, el relato sería insoportable. No hay sumario
ni tribunal que lo pueda soportar.
El desdén con el que se trata esta “epidemia”, también por
el actual gobierno, lo dejó bien claro el lunes la ministra Ana Mato –el
presidente del gobierno está inédito en esta materia-. La ministra anunció la
primera Estrategia para la Erradicación de la Violencia de Género –de la que
llevaba hablando desde el inicio de la legislatura-. Esa estrategia que
erradicará la violencia de género consta nada menos que de siete ejes y 258
medidas que Mato se despachó en apenas media hora. Normal, no hay nada nuevo en
ellas.
Las 258 medidas en realidad se estructuran en tres ejes, no
en siete: El primero, poner en un papel todas las actuaciones que ya se están
llevando a cabo desde las Comunidades Autónomas; el segundo, añadir un verbo
-“potenciar”, “reforzar” o “mejorar”-, delante de aquellas iniciativas que
llevan años en marcha –teléfono 016, brazaletes de teleprotección…-; y el
tercero, sacar del cajón todas las propuestas que no dio le dio tiempo a
realizar al difunto y permanentemente vilipendiado Ministerio de Igualdad
–extender el 016 a toda Europa, combatir la trata de personas con fines de
explotación sexual…-.
Así, Mato dio por aprobada la Red Nacional de Centros de
Acogida, con lo que parece que se van a crear más centros y recursos para las
mujeres. Nada de eso. Simplemente, se van a poner en red los que ya existen –si
es que alguno aún no estaba-. La ministra aseguró que esta nueva estrategia
lleva un presupuesto de 1.539 millones de euros como una “aportación extra”.
Todo lo contrario. Desde que se aprobó la Ley Integral se contempla una partida
presupuestaria que el gobierno central transfiere a las Comunidades Autónomas
puesto que son quienes tienen las competencias en atención a las mujeres
víctimas y a sus hijas e hijos. En los últimos Presupuestos Generales del
Estado del gobierno de Zapatero, esta partida contó con 5 millones de euros. En
los últimos presupuestos de Rajoy, esta partida está recortada en un 20 por
ciento.