jueves, 6 de junio de 2013

El machismo sigue pisoteando la sociedad tratando de imponer a las mujeres un degradante sometimiento


Un repaso a las cúpulas directivas de las empresas basta para constatar la mayoría aplastante de cargos ocupados por hombres. Una ojeada a las estadísticas salariares reconfirma la endeblez comparativa de las nóminas de las mujeres. Un vistazo a los titulares constata que la violencia machista es un monstruo agazapado tras las cortinas de muchas ventanas. Y, lo peor, un paseo por las calles cazando al vuelo conversaciones entre adolescentes es suficiente para oír reproducidas las mismas relaciones de dominación contra las que llevamos luchando décadas. El machismo sigue pisoteando la sociedad tratando de imponer a las mujeres un degradante sometimiento. Demasiadas veces lo consigue.


Los ataques a la igualdad pueden llegar por vías muy distintas. A veces, con el horror destemplado de una puñalada mortal. Pero, también, bajo el esbozo de una ley que nace con la bendición de la Conferencia Episcopal. Cuando el ministro Wert decide convertir una ley de educación en un instrumento de evangelización, también está inoculando el virus de un determinado sector de la Iglesia -el que ostenta el poder-, que reserva a la mujer un denigrante segundo plano, alejándola de cualquier órgano de decisión y responsabilidad. Más trabas para la igualdad. Nuevos obstáculos para incorporar a la sociedad unos valores distintos de los que ha impuesto la supremacía masculina. Una pérdida para todos. Emma Riverola

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