Situarme ideológicamente en este tema me costó años de
querer entenderlo en profundidad, y me costó reflexionar mucho sobre los
tópicos y los enormes prejuicios que le rodean. Solemos prejuzgar este duro y
controvertido asunto desde unas coordenadas supuestamente morales que nos
llevan, en muchos casos, como en tantas otras cosas, a considerar el árbol y
negar la existencia del bosque. El asunto es mucho más complejo y más profundo
que el rechazo inicial que suele producir en personas que dan los tópicos por
buenos, rechazando entrar en el problema de fondo.
Y el problema de fondo es la vida, la vida humana, no sólo
en forma de cigoto, sino también en forma de seres humanos que viven sin
recursos, sin educación, sin atención, y muchos de ellos en la marginalidad y
en la miseria. ¿Se ocupan de esas vidas los que se echan a la calle a defender
a capa y espada a los cigotos? ¿Se preocupan de ofrecer educación afectiva y
sexual a los jóvenes para evitar esas trágicas situaciones? ¿Enseñan a las
mujeres a tener autoestima y dignidad? ¿Ofrecen la posibilidad de una vida
digna a esas criaturas que nacen de embarazos no deseados? La respuesta es no.
Y precisamente porque se trata de la vida, nada más y nada
menos que de la vida, es necesario profundizar en el problema y no dedicarse a
repetir como papagayos los eslóganes que vierten los que dicen, sólo dicen,
preocuparse tanto por ella. El aborto es un problema sanitario, humano y
social. Y es una verdadera tragedia para muchas mujeres, de toda extracción
social y condición. Y es una tragedia para esas mujeres porque hacen una
durísima elección en su vida personal, elección motivada por diversos factores
en su contra, como la pobreza, la falta de recursos, el rechazo familiar o social,
el miedo, la indefensión o la miseria, la enfermedad, la incapacidad o el abuso
sexual…
La moralina católica condena de plano y sin miramientos la
interrupción voluntaria del embarazo desde el momento mismísimo de la
fecundación, pero, a su vez, promueve la desinformación sexual y prohíbe el uso
de los anticonceptivos, dos de los grandes motivos que llevan a las mujeres a
embarazos no deseados y a la decisión de abortar. Defienden a ultranza la vida
de una célula fecundada, e ignoran la vida de la mujer que la porta. Por otra
parte, esa misma retrógrada moral, a través de una visión del mundo rígida,
intolerante e inhumana, ha incentivado per secula seculorum el desprecio a las
madres solteras, inyectando en vena a las mujeres el miedo a la maternidad fuera
de sus cuadriculados preceptos, a saber, la sacrosanta familia cristiana. Es
decir, crean la enfermedad y condenan a los que caen en ella; obteniendo,
además, jugosos réditos de la indefensión que alientan. Que se lo digan a los
miles de españoles víctimas del robo de niños en el franquismo. Y es que, para
algunos, la infancia desvalida es un perfecto escaparate y un suculento
negocio.
Las mujeres abortan con o sin regulación legal. Con
regulación legal y asistencia médica mueren menos mujeres, sin ella mueren
muchas más, desatendidas y en la clandestinidad. Efectivamente, la vida humana
está en juego, no sólo la de los cigotos de las primeras catorce semanas de
gestación (que es la única que parece preocupar a la derecha y al clero). En la
legislación aún vigente todas las mujeres, de cualquier nivel adquisitivo,
pueden acceder de manera gratuita a la prestación que establece la Ley y el
consenso científico, con la nueva legislación volverá a reinar la desigualdad.
Y podrán abortar en los supuestos correspondientes las mujeres que lo puedan
pagar, el resto, a morir desatendidas y desangradas.
En España teníamos una Ley del Aborto, aun sin ser perfecta,
sensata y democrática, equiparable a las de los países europeos de mayor
tradición democrática. La reforma actual va a suponer, según los expertos, más
de treinta años de retroceso. En general, la Ley de Gallardón se adecúa a los
intereses y a la ideología de la Iglesia católica; e implica un cambio hacia
atrás que inhibirá a la mujer de su derecho de decisión y la dejará
absolutamente indefensa ante un problema tan grave de salud pública y de salud
humana y social.
Gallardón era, supuestamente y de cara a la galería, la voz
moderada del Partido Popular. De haber sido la voz radical ni me imagino su
gestión. Quizás hubiera reinventado, para evitar el aborto, el cinturón de
castidad. Y, ya puestos, habría resucitado otras antiguas torturas de la
tradición cristiana, quizás el gota a gota, o el aplastacabezas, o el sarcófago
de púas para disuadir a estas mujeres y enderezarlas hacia su hipócrita moral.
Aunque a este paso no le haría ni falta. En la nueva Ley no se podrá abortar en
las primeras semanas de gestación ni aun en el caso de discapacidad del feto.
¿Y alguien se imagina peor tortura para una madre que tener un hijo con
discapacidad y que el Estado le niegue cualquier terapia, o centro asistencial,
o recurso técnico o cualquier ayuda específica para que su hijo pueda
sobrevivir con dignidad? Así están las cosas en este país. Los que nos
gobiernan defienden los derechos de los no nacidos, para una vez nacidos,
arrebatarles todos los derechos.
Coral Bravo - Doctora en Filología - El Plural.com
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