lunes, 3 de junio de 2013

Mujeres que mueren…

Beatriz Gimeno

“Hay mujeres que siguen muriendo por violencia de género”. Es la sorprendente frase con la que comienza la declaración institucional del Congreso de los Diputados ante las cuatro mujeres asesinadas en los últimos días a manos de hombres con los tuvieron una relación sexual y/o sentimental. “Hay mujeres que siguen muriendo por violencia de género…”, dice el comunicado,  como si a estas mujeres les hubiera dado un ataque fulminante de violencia de género y se hubieran muerto de repente. En toda la declaración no se menciona ni una vez a los hombres, a los asesinos. Tampoco se menciona una sola vez la causa de que “sigan muriendo”, como si les diera por ahí, por morirse. Y al final esa solidaridad del Congreso con las familias esperamos al menos que no sea con la parte de la familia que ha contribuido a que las mujeres “sigan muriendo”.”

No se puede hablar de comunicado de condena porque no se sabe lo que se condena, no se condena nada, en realidad;  podría tratarse de un comunicado de solidaridad con las familias ante una desgracia, como si estas mujeres hubieran muerto a causa de un terremoto, de un tornado o de un incendio. ¿Alguien se imagina un comunicado por los asesinatos de ETA en el que no se mencionara a ETA y se hablara de muertos y no de asesinatos; o en el que se hablara de muertos a causa de la violencia vasca, por ejemplo? Pues esta es la impresión que se saca al leer este comunicado.

Las mujeres siguen siendo asesinadas por hombres de su familia, por hombres a los que ellas querían, a los que quisieron o en los que confiaron. Las mujeres no son asesinadas por hombres con los que se encuentran en el ascensor, sino por sus maridos o novios, presentes o pasados. Y esto es así desde que el sistema patriarcal hizo a los hombres dueños de al menos una mujer. Las mujeres han estado sometidas a la violencia masculina desde hace mucho y sólo el feminismo visibilizó esta realidad que antes era tan natural como que el sol sale por las mañanas. Hace muy poco tiempo que hemos conseguido arrancar estos asesinados del ámbito de lo natural y consentido y ahora vemos como la denuncia de estos crímenes se está difuminando de nuevo. Desaparecido el ministerio de igualdad debido al fuego inclemente de todos los que se aterran ante la sola posibilidad de que el feminismo goce de carta de legitimidad ahora la denuncia queda en manos del Ministerio de Sanidad que está muy ocupado con el confeti y cuya ministra no va a decir ni mu, y casi mejor que no diga. No se trata de sentirlo mucho como ha hecho el Congreso de los Diputados. Para entender lo que pasa hay que ser feminista, para poder combatirlo hay que ser feminista.

Porque de lo que se trata es de desigualdad. No una desigualdad particular, asentada en esa pareja concreta; no se trata de que él tuviera un carácter homicida y ella un carácter débil; no se trata de eso y por eso seguirá habiendo mujeres asesinadas, mes tras mes. Y las asesinarán tengan el carácter que tengan, ya sean fuertes o débiles, ya sean más o menos decididas, más o menos listas y más o menos alegres o sociables. Y ellos, a su vez, puede que sean unos tipos odiados y temidos por el vecindario o que sean unos vecinos muy normales e incluso amables, de esos que ayudan a las ancianas a llevar la cesta de la compra.

Para que siga habiendo mujeres asesinadas cada mes, varias al mes, cada año de todos los años, hace falta que estos crímenes estén tan naturalizados y asumidos que pasen casi desapercibidos. Y para que cada vez se noten menos hace falta que haya cómplices que se dediquen a hablar de cifras confusas y de denuncias falsas; hace falta gente que diga que el feminismo es machismo al revés o que ya no hay desigualdad; hace falta gente que trate de minimizar la violencia insoportable que sufrimos las mujeres a manos de los hombres y que digan que no existe o que es la misma que la que cometen las mujeres; pero sobre todo hace falta una enorme y perfeccionada estructura social que primero genera la desigualdad, después la mantiene y finalmente la oculta o minimiza y la hace pasar desapercibida. Todo eso es lo que combate el feminismo.

No hay manera de combatir esta violencia imparable sin el feminismo, porque el feminismo es quien le pone nombre, quien señala las causas, quien la hace visible y, finalmente, es quien puede proponer políticas que la combatan. Y por eso no se acaba con esto, y ni siquiera se consigue que las cifras desciendan significativamente, porque no es posible combatir el último punto de la cadena, el asesinato, si no se combate activamente esa desigualdad que comienza en la familia, que se perfecciona en la escuela y termina de esta manera. Ya sabemos que ésta no es la lucha de este gobierno pero mientras llegan tiempos mejores por lo menos no dejemos de decir que estas mujeres no se han muerto, que las han asesinado hombres que decían quererlas. Así de perverso, terrible y asesino es el machismo.

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