El concepto de empoderamiento proviene, en su formulación
durante la segunda mitad del siglo XX, de la práctica pedagógica de Paulo
Freire, el pedagogo brasileño que en los años 60 y 70 realizó un esfuerzo
educativo para mejorar la situación de las clases populares brasileñas.
Paulo Freire utilizaba el concepto de empoderamiento para
referirse al mecanismo que debía permitir reducir la vulnerabilidad y aumentar
las capacidades de las personas pobres y marginadas. Conseguirlo, debía
permitir abrir las puertas de un desarrollo sostenible para numerosos pueblos.
El empoderamiento, tal y como lo entendemos hoy, más
vinculado al movimiento feminista, o de no discriminación por orientación
sexual, etc, proviene del concepto manejado por Freire, en confluencia con el
concepto “empowerment” que procede de los países ricos del norte, y que hunde
sus raíces históricas en la Reforma Protestante encabezada por Lutero.
Creo que la palabra es muy poderosa. Pero la palabra no es
en sí misma la solución a los problemas, aunque aporta mucho a encontrar
soluciones compartidas.
Digo esto, porque hemos ido adoptando todo un cuerpo
lingüístico políticamente que actúa como una presa que embalsa el agua, sin dar
solución real al problema de la igualdad de género en las organizaciones
políticas y sociales, permitiendo la pervivencia de prácticas machistas, y
misóginas.
Lo que aparenta ser respeto a las formas, es muchas veces
expresión de una resistencia a la igualdad.
El paternalismo intenta frenar el acceso a la igualdad, hasta que el
comportamiento paternal topa con la autonomía de pensamiento y expresión de la
mujer, a partir de la cual se transforma, en no pocos hombres, un fenómeno de
competencia.
Digamos que guardamos las formas, pero no permitimos el
acceso al poder real, en la toma de decisiones, a las mujeres. Más allá del
lenguaje y el respeto formal, no utilizamos y manejamos, de forma habitual, la
igualdad como componente transversal en cada debate o toma de decisión. Incluso, cuando lo hacemos, es para que sean
mujeres las que leen los manifiestos escritos por hombres. Una vez más forma sin contenido.
No quiere todo esto decir que no hayamos avanzado en materia
de igualdad. Quiero decir que si
queremos seguir avanzando debemos romper, mujeres y hombres, las fronteras de
una igualdad formal para que fluya la igualdad real.
La introducción en nuestro lenguaje de conceptos como
empoderamiento, sinergia, viral, deconstrucción, o desvirtualización, entre
otros muchos, más allá de las modas, o de la utilización más precisa del
lenguaje, no debe convertirse, en ningún caso, en un enmascaramiento de la
realidad que impida acometer las soluciones.
Debemos consolidar los avances en igualdad de frente y con
claridad. Para quienes se han
acostumbrado al lenguaje críptico, podríamos explicárselo de la siguiente
manera: “La deconstrucción del empoderamiento puede crear una sinergia de
carácter viral que permita desvirtualizar la igualdad entre los trabajadores y
trabajadoras”.
Dicho de otra manera: Es hora de reconocer lo hecho hasta el
momento, que no es poco., al tiempo que abordamos medidas de formación y
participación, que nos permitan dar un salto adelante en los procesos de
igualdad, en las organizaciones políticas y sociales, por supuesto, pero
también y no menos importante, en las empresas.
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